viernes, 22 de febrero de 2008

TALLER ABIERTO/EL CONDE DE LAS RUEDITAS

2007 fue un año de intensa actividad, de emociones fuertes, de ARTE y MAS ARTE.
El Conde apenas pudo con su CORPUS, no tuvo tiempo real para producir sus exquisitas piezas para la tradicional FERIA de FIN DE AÑO; no obstante, conmovido y optimista –como siempre- decidió en este diciembre cristino hacer su primer Taller Abierto.
El Conde de las rueditas, es un espacio de ideas, de realización, de aprendizaje, de diseño y producción Pieza x Pieza, de asesoramiento.
El Conde dice que lo imposible es posible con la arcilla; que lo importante es la actitud, el deseo y la concreción de los sueños.
El Conde saluda cálidamente a sus alumnos que durante este 2007 no lo dejaron en paz:
Carla del Cueto, Luis Rojas, Ceci Cortese, Gabriela Fernández, Marita Begue, Andrea Vázquez, Silvina Lamas, Ángeles Barros, Lía de Monte, Fernando Niemevstz, Guido Yannito, Silvia Bataglia, Azul Pereson, Andrea Rodríguez Torres, Ángela Tognetti, Ana Vega, Susana Ekaiser, Ruth Reiter, Carina Balladares, Ana María González, Guillermo Lanata, Sonia Neuburger, Verónica Olivieri Pinto, Solano Sosa, Eloisa Alemany, Susana Brosson.
Y a sus amigos artistas: Susana Cho, Christina De Angelo, Lola Goldstein, Juana Neumann, Gabriel Baggio, Grace Taquini, Gabriel Lerman, Colectivo La Mudadora y Galería Oficina Proyectista.

Mimi Toro & Tito Fasani Producciones
(Foto: Paula del Cueto)

EL VIAJE DEL PLAYMOBIL ALFARERO

Hubo un tiempo en que el “El Conde de las rueditas” viajó por Escandinavia. La antigua y mitológica península europea lo atrajo por sus gnomos, sus duendes, gentes de tamaños con los que el “El Conde de las rueditas” se llevaba bien. Le dijeron que allí había excelentes alfareros, y una vez, en Helsinski, conoció a un playmobil alfarero, nacido y criado en Finlandia, que le enseñó sus prodigios. Al “El Conde de las rueditas” le gustaban esas piezas diminutas, con muchos detalles, porque le mostraban que también la delicadeza puede ser poderosa. El playmobil alfarero pertenecía a una familia noruega cuyos orígenes se remontaban a los tiempos de los vikingos, y vaya a saber uno por qué solían ser tomados como modelos por una empresa fabricante de juegos para niños. El playmobil alfarero vivía con sus hermanitos playmobil en una aldea fría de montaña, tan fría que sus vecinos eran esquimales y moraban en iglúes. Los playmobil llevaban una vida pacífica, laboriosa, en contacto pleno con la naturaleza, los dulces y las arcillas. Su principal actividad era el torneado de piezas para uso propio, y de vez en cuando, sólo de vez en cuando bajaban a los puertos e intercambiaban sus productos con otros pueblos del viejo continente. Así, era común verlos descender en caravana por el mapa, mientras se dirigían a Oslo, Göteborg o Estocolmo. Cuando el “El Conde de las rueditas” conoció al playmobil alfarero, de inmediato se hicieron amigos. Durante varios días éste le mostró sus avances en la materia, el “El Conde de las rueditas” tomó apuntes y fotografías, y tras una breve estadía tuvo que marcharse con destino al sur del mundo. El “El Conde de las rueditas” regresó a Buenos Aires lleno de entusiasmo e ideas, y compiló toda la información en un pequeño libro que jamás editó. Nunca más tuvo noticias del playmobil y su familia. Hace pocas semanas, sin embargo, el “El Conde de las rueditas” recibió un e-mail. El hombre pequeño de la aldea fría de los dulces y las arcillas le decía que un importante compromiso lo traería al Río de la Plata. Será para fin de año, le dijo. Y quiero verlo a usted y a su gente, y conocer todo lo que me contó sobre el taller de Riglos y sus cosas. El asunto del e-mail decía “viaje”, y el “El Conde de las rueditas” le respondió y lo guardó con la esperanza de que el encuentro se realice. Desde entonces prepara la bienvenida, el agasajo, y el playmobil alfarero puede llegar en cualquier momento.

EL CONDE DE LAS RUEDITAS GIRA

El Conde se ha perdido en una feria de diseño e indumentaria. Dicen que lo sorprendieron hurgando una caja de jabones metálicos, le cerraron la caja y marchó a depósito. Acaso algunos sospechan que la susodicha caja fue enviada por correo común a España, y nada indica que se sepa el paradero. Otros, más rebuscados, urden la trama siguiente: El Conde de las Rueditas ha morado unos días en El Dorrego, a la espera del desalojo de la última feria, y quedó dentro de una remera algo bizarra, porque pretendía darle un susto al futuro cliente que la comprara. De modo que, cuando llegó el momento, fue a parar a la casa de una chica que adquirió esa prenda. Esto alude a pretensiones escabrosas del Conde, y sobre todo da cuenta de una novedad: el Conde ya no corre de un lado a otro de los barrios porteños sino que ahora teje historias en micromundos, algo más pequeños que los barrios. El Conde, amigos, se ha convertido en un espía o algo así. Un espía urbano. Y la noción de espía, en tiempos en que la guerra fría ha concluido y las otras guerras son demasiados complicadas para personajes como de Graham Green (y este es el caso), se reduce al voyeurismo, la intrusión, la coquetería o el chimento. Digamos que el antiguo doble agente, el espía, el hombre de la frontera, en suma, era quien permitía el diálogo entre dos mundos. Pareciera que El Conde, extraviado ya de sus mandatos naturales, vive de casa en casa, de ámbito en ámbito, a la pesca de pequeños relatos. Esto, que sólo es una hipótesis, resulta más interesante que aquella que indica su viaje encajonado a España. Tal vez El Conde esté por aquí, aunque aún no lo veamos, ahora mismo, entrando por esa puerta…

martes, 12 de febrero de 2008

EL CONDE NO ACEPTÓ UN CANJE

“El Conde de las rueditas” ha continuado su marcha durante el 2004, mientras buscaba por aquí y por allá los mejores objetos cerámicos. Llevaba junto a su patineta una suerte de sidecar con un maletín sólido, mullido por dentro, para que las piezas no se rompieran y llegaran a buen puerto, esto es, a la feria de navidad y fin de año. Todo el año pensó en la feria, pero hubo una vez –una mañana fría en Parque Rivadavia- en que le ofrecieron canjearle todo su botín, y dudó varias horas hasta negarse. Era un anciano coleccionista de filatelia y numismática que le confesó que quería abandonar su metié, y le proponía intercambiar jarras, platos, vasos y gatitos de doble horneada por viejos álbumes amarillos y ajados, con timbres y monedas de Europa Oriental, Asia y Oceanía. “El Conde de las rueditas” dio vueltas por el parque, con su habitual velocidad, consultó libreros amigos y hasta sucumbió a la desesperación de pedirle consejo al último de los skinhead que quedó allí, y todos le dijeron que no, que no aceptara, porque ambos botines, sin sus dueños originales, carecían de valor. El más claro fue un librero cuarentón, barba de varias días, que le ofreció comprarle las piezas de cerámica con tal de que no se las canjeara al anciano. “El Conde de las rueditas” le preguntó qué ganaba él comprándolas. Por lo menos sé que puedo devolvértelas, le dijo el librero, porque el viejo no lo hará nunca. Y así fue como “El Conde de las rueditas” continuó su marcha triunfal hasta estos días de diciembre, en que combinó día y hora con las chicas de la calle Riglos, y prometió traer todos los objetos que reunió para la gran feria. Yo siempre quise que los tengan quienes valoran su hechura, la paciencia y el trabajo que cada objeto trae consigo. Y no es que el anciano del parque las despreciara, reflexiona hoy “El Conde de las rueditas”, sino todo lo contrario. Lo que ocurre es que si se las llevaba él hubiesen quedado todas en una sola casa, y estas piezas necesitan esparcirse por toda la ciudad.

El Conde vendrá

Que El Conde de las Rueditas sea un hombre de edad y tamaño inciertos, que deambula por Buenos Aires sobre una plataforma breve que algunos han osado llamar, con menosprecio, patineta, no da derecho a pensar que carezca de madre. Su aire de duende, de felino hechicero, de sujeto amante de los escapes furtivos y las apariciones imprevistas, no garantiza en verdad un cabal conocimiento sobre su persona. De hecho, hay quienes sostienen que este ser es de otro mundo, de fantasía, y hay quienes dicen que ni siquiera existe. Hay personas que perjuran haberlo visto en un dibujo de Crist de los años ’70, pero otras personas que vieron los mismos dibujos lo niegan. Pero lo cierto es que El Conde de las Rueditas tiene madre. Eso podemos confirmarlo. En los últimos días se lo ha visto en Villa Crespo, rondando el taller de cerámica que lleva su nombre, y la prudencia nos impide asegurar que la semana próxima, en ocasión de celebrarse el Día de la Madre, haga una aparición en busca de alguna pieza de regalo. Pero, quién sabe. El cometa Halley pasa cada setenta años pero cuando lo hace, lo hace.

Pieza X Pieza

Pieza X Pieza es el encuentro en un tiempo y en un espacio dados de objetos que han sido iniciados y acabados pero tienen la peculiaridad de durar. El momento en que han sido hechos difiere del momento en que serán contemplados, tal vez utilizados. Dos historias se cruzan en Pieza X Pieza: la de quienes han trabajado con la materia y la de quienes se acercan a ella a observarla. Si alguna polémica ofrece la alfarería tiene que ver con el destino de las piezas de cerámica. ¿Tienen utilidad? ¿Son de decoración? Pieza X Pieza tiene la virtud de trasponer la línea de la polémica, ya que su diversidad reenvía tanto al utensilio hogareño como al anaquel de los objetos personales, aquellos que hacen que ninguna casa sea igual a otra, como ninguna persona lo es. Alfareras, ceramistas, artistas de la plástica se reúnen en un tiempo y un espacio: un día en el taller. Jornada en la que exponen y ofrecen sus piezas, trabajadas desde la diferencia, desde la originalidad que permiten la paciencia y la técnica. En un día se reúnen objetos elaborados durante meses. En un día, en el taller, se encuentran las creadoras, aquellas que les han dado vida, con quienes las harán suyas, con quienes les darán su propio destino a los objetos. Es una bisagra en el camino de las piezas: después de la jornada, después de Pieza X Pieza, comienzan una nueva vida.