viernes, 22 de febrero de 2008

EL CONDE DE LAS RUEDITAS GIRA

El Conde se ha perdido en una feria de diseño e indumentaria. Dicen que lo sorprendieron hurgando una caja de jabones metálicos, le cerraron la caja y marchó a depósito. Acaso algunos sospechan que la susodicha caja fue enviada por correo común a España, y nada indica que se sepa el paradero. Otros, más rebuscados, urden la trama siguiente: El Conde de las Rueditas ha morado unos días en El Dorrego, a la espera del desalojo de la última feria, y quedó dentro de una remera algo bizarra, porque pretendía darle un susto al futuro cliente que la comprara. De modo que, cuando llegó el momento, fue a parar a la casa de una chica que adquirió esa prenda. Esto alude a pretensiones escabrosas del Conde, y sobre todo da cuenta de una novedad: el Conde ya no corre de un lado a otro de los barrios porteños sino que ahora teje historias en micromundos, algo más pequeños que los barrios. El Conde, amigos, se ha convertido en un espía o algo así. Un espía urbano. Y la noción de espía, en tiempos en que la guerra fría ha concluido y las otras guerras son demasiados complicadas para personajes como de Graham Green (y este es el caso), se reduce al voyeurismo, la intrusión, la coquetería o el chimento. Digamos que el antiguo doble agente, el espía, el hombre de la frontera, en suma, era quien permitía el diálogo entre dos mundos. Pareciera que El Conde, extraviado ya de sus mandatos naturales, vive de casa en casa, de ámbito en ámbito, a la pesca de pequeños relatos. Esto, que sólo es una hipótesis, resulta más interesante que aquella que indica su viaje encajonado a España. Tal vez El Conde esté por aquí, aunque aún no lo veamos, ahora mismo, entrando por esa puerta…

1 comentario:

Claudia Toro dijo...

¿Quien es este señor tan guapo?